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LA ENCOMIENDA

Publicado: 2014-08-06


LA ENCOMIENDA

Cuando abrió el paquete, no podía creer lo que veían sus ojos. La encomienda era bien tupidita y la tía Isidora se había esmerado la pobre. La tía siempre se preocupaba de su sobrino que vivía peripecias en la capital y quería que no olvidase de las costumbres culinarias de su pueblo. Por eso le había enviado dos caballas saladas y mucha cancha. Las yucas que vienen bien con la caballa en un cevichito norteño, estaban colocadas ordenadamente en la parte superior del paquete. Las caballas estaban bien saladitas y envueltas con papel grueso y también los había colocado en una bolsa de plástico, como una suerte de protección para el olorcito. Luego encontró un king kong enorme, con sus capas de dulces variados y mucho majar blanco. Una delicia. Claro que con lo cerca que estaba de las caballas se había colado un poco de sal, pero que importa. Mas al fondo, había guabas, guayabas y pomarrosas. Estaban envueltas igualmente en bolsas de papel y se veían bien. Los debía de comer inmediatamente ya que estaban bien maduritas. Se acordó de Manuela y Gertrudis para invitarles cuando lleguen, la fruta norteña de la tía Isidora. Eran sus primas que habían llegado hacia poco a la capital para probar suerte y trabajaban como mulas en un taller de costura en el mercado mayorista. Al fondo del paquete encontró algo que lo asombró sobremanera. Había dos discos long play del Comunero del Norte, un cantante de los buenos de la marinera norteña. Pegada a los discos había una notita en la que estaba escrito lo siguiente: “Hijito ahí te envía tu tía un regalo al sobrino que mas quiero y que es él más ingrato. Unos discos que ya no se usan pero que para mi son muy significativos, ya que con esas marineras me jaraneé de lo lindo con tu padre, mi hermano. Seguramente voy a morir pronto y estos tesoros que no se a donde irán a parar, mejor te los regalo para que te acuerdes de esta tía chocha”

Luego fue al tocadiscos y escuchó los discos enormes, sorprendido de que estuvieran bien límpidos y sintonizaban adecuadamente. Miró por la ventana de su cuarto y se asombró nuevamente, de lo borroso que se veía el cielo gris de Lima. Sin darse cuenta se limpió las lágrimas que caían por su rostro y empezó a comer una guaba esperando a que llegasen sus primas del trabajo. El Comunero del Norte mientras tanto cantaba adolorido.

José Ñique- Lima-Perú


Escrito por

Jose Ñique

Abogado, escritor de cuentos cortos y soñador...


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